martes, 23 de octubre de 2007

La lombriz - دود الأرض

dūd al-’ard. Este fin de semana me he dado cuenta de que si había hasta ahora algo seguro y estable en mi vida, invariable pese a los cambios de los últimos 8 ó 9 años (que se dice pronto), era que en la radio ponían La rosa de los vientos, un programa que escuchaban de madrugada 200.000 personas (que también se dice pronto) y millones más a través de Internet, pues era el programa en español más descargado del mundo. Un programa extraño, con muchísimos colaboradores que se lo pasaban de muerte narrando batallas púnicas con bandas sonoras de fondo, participando en tertulias sobre leyendas urbanas, asesinos en serie, la Antártida o la vida de los espías durante la guerra fría. Todo con bastante humor negro y mucho juego intelectual sin llegar a ser nunca muy profundo. A veces me encantaba que hablaran de Historia y otras veces me aburría soberanamente que hablaran de misterios paranormales, por lo que para mí es extraño confesar que lo oía bastante, como un defecto físico al que te acostumbras y llegas a querer como parte de ti, algo que al final sólo comentas con los más íntimos. Estaba seguro de oírlo en el futuro como hasta ahora: sin hacerle mucho caso y sin regularidad, pero con la seguridad de poder hacerlo aquí o en el extranjero, algo que daba por sentado para muchos años más. El presentador y creador del programa, Juan Antonio Cebrián, leía sus «pasajes de la Historia» con una voz impresionante como contándoselos a un hijo, ponía motes de personajes históricos o de cómic a todos los que participaban en el programa y su humor a veces era el de un profesor algo tontete del que se ríen los alumnos, encantado y feliz como una lombriz. Hace unos años, tras muchos de emisión continuada, no llegaron a un acuerdo con Onda Cero. El programa no se emitió durante unos 11 meses, el buen hombre lo anunció el último día y Onda Cero recibió esa noche miles y miles de llamadas y correos preguntado el motivo. Casi llorando, se despidió de la audiencia parafraseando a César: «Nos echamos ahora al monte, pero volveremos. Y seremos millones. Fuerza y honor.»

Este sábado volaron los mensajes a los móviles diciendo que se había muerto de un infarto, como del rayo, con 41 años, pocas horas antes de entrar al estudio. Lo obsceno y sorprendente es que he sentido una pérdida objetiva, como cuando muere un familiar. He escuchado a este hombre en Andorra, en Murcia, en Mazarrón, en Madrid o en Rabat. Tengo recuerdos de escucharlo acompañado bajo un edredón, o de escuchar psicofonías con la luz encendida. Tengo recuerdos de hablar de él con Javi y Andrés en los pasillos de la Universidad de Murcia, los tres mosqueteros criticando a saco en muchas ocasiones pero enganchadísimos al programa; o de estudiar Internacional Público con este hombre hablando de fondo. Tengo recuerdos de reírme muchísimo con Javi porque aseguraba que era ciego, y yo decía que sería bizco o simplemente feo: en octubre de 2006, tras ocho años escuchando el programa con cierta asiduidad, descubrí que sí, que Cebrián era ciego y hacía los «pasajes de la Historia» de memoria y sin guión. He oído mil veces decir a mucha gente que se ha enganchado a la Historia gracias a Cebrián y su manera de contar vidas y batallas, interpretándolas en la radio; y a profesores decir que les ponen los «pasajes de la Historia» a sus alumnos en clase. Lo he criticado mucho por lo de elegir palabras que no significaban lo que él quería decir (la famosa pingüe victoria) y he renegado de La rosa de los vientos una y mil veces, pero durante el programa del otro día en el que se despidieron de él los miembros de su equipo me sorprendí llorando como un crío. Es difícil de explicar por alguien a quien no conocía en persona. Durante ese último programa, apenas 24 horas después de su muerte, el colaborador con el que más complicidad tenía —bebían whiskey mientras hablaban de espías y su mutis siempre era por una «puerta secreta» tras la que indefectiblemente lo mataban de la forma más variopinta— dijo con la voz entrecortada algo así como: «¿Que diga ahora unas palabras?… Toda mi vida he jugado con ellas. Han sido mi herramienta, mis compañeras. He confiado en las palabras plenamente, con absoluta fe en que con ellas, moldeándolas y mimándolas, se podía explicar y transmitir absolutamente cualquier cosa. Pues bien, hoy no. Las miro de reojo, desconfío de ellas y me siento profundamente traicionado. Sólo quiero usarlas para decirte que te echo mucho de menos, Juan Antonio. Te echo muchísimo de menos.»

No estaría nada mal que un Miguel Hernández nos dedicara unas palabras así cuando muramos. ¿Erais rosaventeros?

P.D.: Esta entrada chirría un poco con el tono general del blog, lo sé, pero me apetecía hacerla. Hale.

jueves, 11 de octubre de 2007

La duda - Il dubbio

Sucedió algo asombroso en el último partido del Real Madrid. En primer lugar, parece ser que Casillas se durmió. Las fuentes oficiales consultadas apuntan a las noches toledanas con Eva González como la causa más probable del apollardamiento del guardameta, pero hete aquí que la cosa fue a más: un jugador contrario regateó con facilidad a Cannavaro y se dirigió en solitario hacia la portería. Nada hay de infrecuente en eso, es cierto, pero sí en lo que ocurrió a continuación. Cuando el defensa italiano, todavía con la cintura rota, procedió a perseguir al delantero contrario con el fin de entorpecer su galopada con la más fina de sus tarascadas, se percató de que —oh, fatalidad— Casillas dormía el sueño de los justos amodorrado junto al poste. Acto seguido, sin parar en mientes y valeroso como pocos, Cannavaro se dispuso a berrear a pleno pulmón para, así, elevar su voz por encima de los innúmeros murmullos del público y despertar a su compañero. Y fue entonces cuando ocurrió.

El pecho del italiano se henchió majestuoso en el aire estático del Bernabéu para descargar su potente grito y salvar así a su equipo de un gol más que seguro. Los ojos del estadio iban del plácido Casillas al formidable Cannavaro, de Cannavaro al delantero rival y de ahí otra vez a Casillas. Todos a una contenían la respiración admirando a Cannavaro, al genial Cannavaro, cuya portentosa capacidad pulmonar parecía no tener fin. En algún momento de esa burbuja de tiempo, un espectador no pudo más y tuvo que expulsar el aire con gran alivio por su parte. Uno a uno, boqueantes, siguieron su ejemplo todos los presentes en el estadio. ¿Todos? Hubo tres que no: Casillas, abrazado al poste; Cannavaro, que, en silencio, con la boca abierta y cara de bobotonto (esto tampoco es infrecuente, es cierto) observaba congestionado e impotente el avance ahora imparable del atacante; y éste último, quien, el muy canalla, se fue hacia la portería, dejó el balón justo en la línea, se agachó y —oh, afrenta imperdonable— metió el gol con el ojete. Antes de desmayarse, a Cannavaro, al bravísimo Cannavaro, se le oyó susurrar «porca grandissima puttana»…

Con el defensa central aún convaleciente, los sesudos analistas deportivos comenzaron a analizar sesuda y deportivamente lo sucedido. Grosso modo, las principales líneas argumentales de sus elegantérrimos discursos fueron las siguientes: o bien el número de partidos por temporada es excesivo para el ser humano, o bien el fútbol de hoy es más físico, o bien el defensa jugó lesionado, o bien iba de coca hasta las trancas barrancas… Al tercer día, Cannavaro resucitó de entre los comatosos y realizó unas declaraciones que zanjaron el tema y callaron el boquino a los maledicentes:

«He aquí lo que ocurrió en realidad. Cuando ese maldito delantero me fintó a una velocidad endiablada y vi a Casillas durmiendo, quise gritarle que espabilara y le saliera al encuentro. Pensé en pronunciar /ko.xó.nes/ y luego /des.pjér.ta/ y luego /í.ker/ y luego /sál.le/, pero de repente me asaltó una duda, una duda impostergable: ¿y si en vez de gritar la palabra /sál.le/ quisiese escribirla? Sin poder respirar, en un arrobamiento divino, me vino la respuesta: ¡es imposible escribir eso en español! Y ahí ya me dio el telele.»

P.D.: Cuentan las crónicas del reino que un día le pasó lo mismo a Lola Flores en un taxi, al indicarle al amable conductor el nombre de su finca.

viernes, 5 de octubre de 2007

El consejo - النصيحة

an-naşīħa. Dispongo y quiero que aprendas las lenguas a la perfección: la primera de todas, la griega, como manda Quintiliano; y la segunda, la latina; y después, la hebrea, para las santas escrituras; y la caldea y la arábiga también. Y en la griega has de formarte el estilo con el modelo de Platón; y con el de Cicerón en la latina. Que no haya historia que no tengas presente en la memoria, para lo cual te servirá de ayuda la Cosmografía de los que de eso escribieron.

De artes liberales, de geometría, de aritmética y de música algún gusto te hice coger ya cuando eras niño, con cinco o seis años; sigue con lo que te falta y aprende todos los cánones de la astronomía; dame de lado la astrología adivinatoria y el arte de Lulio, por ser engaños y cosas vanas.

Del derecho civil quiero que sepas de memoria los textos hermosos y me los compares con la filosofía.

Y en cuanto al conocimiento de los hechos de la naturaleza, quiero que a ellos te des con gran curiosidad: que no haya ni mar ni río ni manantial cuyos peces desconozcas; y en cuanto a todas las aves de los aires, todos los árboles, arbustos y frutales de los bosques, todas las yerbas de la tierra, todos los metales ocultos en las entrañas de los abismos, todas las piedras preciosas del Oriente y el Mediodía, nada de ello debes desconocer.

Vuelve luego a examinar sesudamente los libros de los médicos griegos, árabes y latinos, sin hacer de menos a los del Talmud y la Cábala; y con frecuentes anatomías consigue perfecto conocimiento de ese otro mundo que es el hombre. Y en algunas horas del día empieza a trabar conocimiento con las santas escrituras: antes que nada, en griego, el Nuevo Testamento y las Epístolas de los Apóstoles; y, a continuación, en hebreo, el Antiguo Testamento.

En pocas palabras, que vea yo un abismo de ciencia, pues ahora que te estás haciendo hombre y vas creciendo, habrás de dejar la tranquilidad y el reposo del estudio para aprender el arte de caballería y el de las armas […]


PANTAGRUEL
François Rabelais
1532

P.D.: Nenicos, he cambiado cosas de la barra lateral. Enjoy.