lunes, 20 de abril de 2009

La manzana - التفـّاحة

at-tuffāħa. Imaginaos que sois un chino y morís de causas naturales, pero tras un periodo de tiempo razonable nadie ha reclamado vuestro cadáver. ¿Qué pasa entonces? Pues lo típico: que llega un científico, os despelleja, os saca el agua del cuerpo, la sustituye por acetona y os mete en una cámara de vacío para que la acetona se evapore y el hueco se rellene con un material plástico del tacto de la goma; luego, os mete en una caja, os envía a Nueva York y os exhibe corriendo con un balón de rugby en la mano. He ahí lo que vi en el Muelle 17, amigos: Bodies, The Exhibition. Fascinante es decir poco.


Sí, amigos, sí, pero en la Gran Manzana he visto más cosas, como las ratas, del tamaño de un gato, que campean a sus anchas por el sitio más sucio del mundo: el metro de Nueva York. Os podría hablar de lo que se siente al cruzar a pie el puente de Brooklyn; o del Cleopatra's Needle, el club de jazz donde me solacé muy a mi sabor; o de la terraza del Rooftop, donde me hinqué un mojito por la noche con el Empire State enfrente, iluminado, casi al alcance de la mano; pero no, amigos, no: os voy a hablar de comida, porque el tur gastronómico que me he pegado no ha sido moco de pavo.


Fijaos en este sujeto:


Este angelito, de nombre Joey Jaws Chestnut, es el vencedor de las dos últimas ediciones del concurso de comer perritos calientes organizado por Nathan's cada 4 de julio desde 1917. Se trata del primer estadounidense que ha conseguido romper la hegemonía del japonés que había ganado los seis concursos anteriores, Takeru Tsunami Kobayashi. Este último año, los dos quedaron empatados a 59 perritos, pero Joey venció en la muerte súbita al zamparse antes que el nipón cinco perritos más, consiguiendo así el Cinturón de Mostaza. Es increíble, porque ambos están esmirriados y son un par de chichipanes. Yo, por mi parte, me hinqué dos, con queso y chili. Habría podido con un tercero, pero poco más, así que respetos los máximos hacia estos prohombres.


Por otra parte, irse de Nueva York sin comerse una pizza en condiciones está considerado como delito en algunas culturas jurídicas. Que le den a Domino's, hombre: las mejores pizzas de Nueva York se comen en Grimaldi's, bajo el puente de Brooklyn. No tengo palabras, ni buenas fotos de la pizza, porque estaba ocupado tragando; pero id, por Dios santo, id.


Por último, no sé si habéis visto Cuando Harry encontró a Sally. La escena más famosa de la película transcurre en Katz's. Billy Cristal le está contando a Meg Ryan que todas las mujeres con las que ha estado han quedado muy satisfechas, y que lo sabe porque… esas cosas se notan; y Meg, la buena de Meg, hace esto:


La señora del final es grandiosa: I'll have what she's having. Meg no sé qué estaba comiendo, pero Billy se estaba endiñando uno de los manjares más divinos de este planeta: un bocadillo de pastrami, que viene a ser carne de ternera desangrada, puesta en salmuera y ahumada después, servida en pan de centeno. Bien, Billy, bien. Mirad qué maravilla:


Seguiremos contando andanzas neoyorquinas si nos da por ahí, aunque, de momento, quería dedicar esta entrada a Agustín y su descomunal gusto por las buenas comidas. Y por los alimentos también.

martes, 7 de abril de 2009

La mentira - الكذب

al-kadb. En julio de 1518, una buena mujer se puso a bailar con inusitado frenesí en una calle de la ciudad de Estrasburgo. Hasta ahí, todo normal, porque tarados hay en todas partes, ya lo sabemos. El caso es que, una semana después, aún seguía allí bailando, y lo que es peor: se le habían unido 34 personas. Un mes después, ya eran 400. Sin saber por qué bailaban, con los rostros contraídos por la desesperación al ser conscientes de que no podían dejar de moverse, casi todos murieron de un ataque al corazón.


Ya en el siglo XX, en 1962, un alumno de un internado de Kashasha, en la actual Tanzania, contó un chiste cachondísimo en su clase. Cachondo tuvo que ser, porque los zagales no pudieron dejar de reírse durante más o menos un año, y contagiaron la risa a todo el que se encontraron. Durante estos meses, los habitantes del pueblo y algunas aldeas vecinas estallaban regularmente en carcajadas sin saber por qué, sin poder dejar de reírse, aunque muchos lloraban al mismo tiempo porque no podían respirar y les dolía horrores.


El tema de Ricky Martin y la Nocilla ilustra perfectamente un fenómeno parecido de histeria colectiva. Si es que ya lo dice House: todo el mundo miente. ¿A quién no le dijeron que era segurísimo que había ocurrido, porque un amigo lo había visto y lo tenía grabado? ¡Hasta había quien afirmaba que la Nocilla era la de dos colores! (La mejor, por otra parte.) Yo ni me acuerdo, pero lo mismo fui uno de los que dijo haberlo visto con sus propios ojos. Qué gran mentira, amigos.


Pues bien, aun siendo grande esa mentira, aun siendo una trola más falsa que Judas, os cuento todo esto para tirar por tierra uno de los mitos más arraigados entre los españoles de a pie, una engañifa como nunca antes se ha visto ni se verá, un magno embuste que podríamos resumir en el siguiente apotegma: las calles suizas están impolutas. ¡Pues un cojón de canard, amigos! Las calles de Ginebra y Lausana están atestadas de cigarros y papeles, y sufren de chiclosis como cualquier otro sitio. Lo siento, pero tenía que decirlo, porque hay que parar ahora mismo esta ignominia. ¿Por qué nos mienten? He ahí mi legado. Difundidlo.

miércoles, 1 de abril de 2009

El hombre - الرجل

ar-raŷul. Tener motes da gustico, amigos, y el que suscribe tiene muchos. Algunos son obvios e hipocorísticos, como Mon, Moncho, o, ya elaborando un poco más, Raymond Fonseca. En cambio, otros de ellos son más oscuros. Para algunos amigos soy Porthos (¡Aramis, gracias!), a causa de lecturas y aventuras compartidas. Ahora bien, ¿cómo acaba un Ramón llamándose Pol para el 70% de sus conocidos? La culpa, amigos, como tantas otras veces, como ya nos dijo Freud, la tiene la familia: es lo que tiene vivir rodeado de Ramones.


A los 10 años me puse gafas por primera vez y descubrí dos cosas: que el mundo no era borroso y que mis primos eran unos cabrones de tomo y lomo. Que eran niños, vamos. Me hicieron mofa y befa, diciendo que me parecía a Paul, el amigo del protagonista de la serie Aquellos maravillosos años (que no, que no era Marilyn Manson). Con eso me quedé.


Otro mote más reciente es el Ráyul. Si decides hacerte ingeniero, ten por seguro que, primero en tu facultad, y luego en tu trabajo, te vas a encontrar con inmensos campos de nabos; todo lo contrario a lo que ocurre cuando perteneces al mundo de la traducción y la interpretación. Cuando estuve en Marruecos, viví rodeado de mujeres, que o bien me llamaban el Califa o bien el Ráyul (hombre, en árabe). Siguen diciéndomelo.

Aun así, lo cierto es que hay un hombre en el mundo que sí es merecedor de tal seudónimo, y no yo: Bear Grylls. Este h o m b r e, así, con todas las letras, tiene los cojones como canicas de mármol, como ya os conté que le pasaba a Yuri Gagarin. Hace reportajes de supervivencia en los que se echa de todo a la boca. Puede ser que luego se vaya a un hotel y se tire toda la noche en un yacusi, pero me da igual: menudo machote. He ahí unos vídeos, para que os hagáis una idea de su fenomenal hombría.



Empecemos fuerte, con una larva gigantesca. No wonder they fry them!



Sigamos con una rana. The first bite must kill it.



Para terminar, como los tiene de cemento armado y tiene hambre, se pone a pescar un siluro sin caña.


Si queréis seguir viendo a este tiarrón en acción, más enlaces: comiéndose un escarabajo asqueroso (these are actually edible, these things!), mordiendo directamente del cadáver de una cebra o recuperando líquidos de un truño de elefante. Un bestia, vamos.



P.D.: ¡Los teclados alemanes y suizos no son QWERTY sino QWERTZ! Ils sont fous ces suisses…