at-tuffāħa. Imaginaos que sois un chino y morís de causas naturales, pero tras un periodo de tiempo razonable nadie ha reclamado vuestro cadáver. ¿Qué pasa entonces? Pues lo típico: que llega un científico, os despelleja, os saca el agua del cuerpo, la sustituye por acetona y os mete en una cámara de vacío para que la acetona se evapore y el hueco se rellene con un material plástico del tacto de la goma; luego, os mete en una caja, os envía a Nueva York y os exhibe corriendo con un balón de rugby en la mano. He ahí lo que vi en el Muelle 17, amigos: Bodies, The Exhibition. Fascinante es decir poco.
Sí, amigos, sí, pero en la Gran Manzana he visto más cosas, como las ratas, del tamaño de un gato, que campean a sus anchas por el sitio más sucio del mundo: el metro de Nueva York. Os podría hablar de lo que se siente al cruzar a pie el puente de Brooklyn; o del Cleopatra's Needle, el club de jazz donde me solacé muy a mi sabor; o de la terraza del Rooftop, donde me hinqué un mojito por la noche con el Empire State enfrente, iluminado, casi al alcance de la mano; pero no, amigos, no: os voy a hablar de comida, porque el tur gastronómico que me he pegado no ha sido moco de pavo.
Fijaos en este sujeto:
Este angelito, de nombre Joey Jaws Chestnut, es el vencedor de las dos últimas ediciones del concurso de comer perritos calientes organizado por Nathan's cada 4 de julio desde 1917. Se trata del primer estadounidense que ha conseguido romper la hegemonía del japonés que había ganado los seis concursos anteriores, Takeru Tsunami Kobayashi. Este último año, los dos quedaron empatados a 59 perritos, pero Joey venció en la muerte súbita al zamparse antes que el nipón cinco perritos más, consiguiendo así el Cinturón de Mostaza. Es increíble, porque ambos están esmirriados y son un par de chichipanes. Yo, por mi parte, me hinqué dos, con queso y chili. Habría podido con un tercero, pero poco más, así que respetos los máximos hacia estos prohombres.
Por otra parte, irse de Nueva York sin comerse una pizza en condiciones está considerado como delito en algunas culturas jurídicas. Que le den a Domino's, hombre: las mejores pizzas de Nueva York se comen en Grimaldi's, bajo el puente de Brooklyn. No tengo palabras, ni buenas fotos de la pizza, porque estaba ocupado tragando; pero id, por Dios santo, id.
Por último, no sé si habéis visto Cuando Harry encontró a Sally. La escena más famosa de la película transcurre en Katz's. Billy Cristal le está contando a Meg Ryan que todas las mujeres con las que ha estado han quedado muy satisfechas, y que lo sabe porque… esas cosas se notan; y Meg, la buena de Meg, hace esto:
La señora del final es grandiosa: I'll have what she's having. Meg no sé qué estaba comiendo, pero Billy se estaba endiñando uno de los manjares más divinos de este planeta: un bocadillo de pastrami, que viene a ser carne de ternera desangrada, puesta en salmuera y ahumada después, servida en pan de centeno. Bien, Billy, bien. Mirad qué maravilla:

Seguiremos contando andanzas neoyorquinas si nos da por ahí, aunque, de momento, quería dedicar esta entrada a Agustín y su descomunal gusto por las buenas comidas. Y por los alimentos también.